jueves, 19 de noviembre de 2009
Esa cáscara perdida (Alex Von Foerster)
La historia de la humanidad está íntimamente ligada a los cereales integrales. Desde que el primer hombre apareciera sobre la tierra, éste ha sido el alimento más importante para su desarrollo. Unos 10.000 años antes de Jesucristo, mucho antes del persa Zaratustra, o del faraón egipcio Keops; el hombre ha preparado panes y tortas a base de cereales. La mayoría de las culturas crearon una mitología, en la que honraban al cereal como a un dios.
A pesar de esto, nuestra sociedad “evolucionada”, muestra otra realidad. Lo habitual en la mesa es lo blanco, refinado, desvitalizado. A tal punto que muchos desconocen qué es un grano integral. ¿Cuántos consideran que el mijo es un alimento para pájaros? Sin embargo, en la época neolítica, fue el principal cereal. Restos de mijo se han encontrado en el estómago de cadáveres egipcios prehistóricos y es hoy día, el alimento base de pueblos del Norte de China, India, Corea y Etiopía.
Esta super-evolución tecnológica que en lo que respecta a los cereales, ha quitado, en la refinación, las partes más valiosas; trae consigo un abanico de enfermedades degenerativas. Está asociado a las afecciones cardíacas, diabetes, obesidad, anorexia, bulimia, alergias, artrosis, reuma, cáncer, y tantas otras. Es el momento de replantearse si la “pureza” que otorga el color blanco a las harinas, es sinónimo de desarrollo o de involución.
Debemos comprender que el grano es algo único. La energía dentro de él está intacta y es la que puede generar una nueva vida. Al observar un grano a través de la fotografía Kirlian (http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A1mara_Kirlian), se aprecia la energía vital que lo rodea; energía ausente en un cereal refinado.
Al procesar un cereal, se produce la pérdida de su poder de cohesión, se lo divide en mil pedazos y esto partido, no unificado, desintegrado, es lo que la persona consume. Es de esperar que una dieta cargada de alimentos refinados y altamente procesados, genere una actitud dispersiva. La duda aflora, se nubla la conciencia y se pasa a depender de un sistema que no contempla nutrirnos.
La alimentación a base de cereales integrales, debe ir mucho más allá de una simple moda. Es una vuelta a épocas en las cuales el hombre se encontraba más conectado con el medio. ¿Dónde quedó ese respeto y agradecimiento por lo que la tierra nos da? Observemos lo que históricamente ha sucedido con el amaranto y la quinoa o “grano madre”, como la llamaban los incas. Estos, al igual que los mayas, realizaban ceremonias religiosas para su cultivo. La llegada de los españoles arrasó con esos rituales, haciendo prácticamente desaparecer estos tesoros alimenticios. Actualmente, gracias a investigaciones realizadas por la FAO (Food Agricultura Organization), estas semillas están resurgiendo, ya que se ha comprobado su alto valor nutritivo.
Párrafo aparte ocupa la refinación del arroz. Primero, el haber quitado las vitaminas del complejo B, desató, en países orientales donde el arroz blanco es el alimento principal, una enfermedad conocida como beri-beri.
En la actualidad, por lo menos un tercio de la población mundial depende del arroz. Arroz blanco, carente también de beta-carotenos o pro-vitamina A; compuestos esenciales para la síntesis, por parte del organismo de la vitamina A. Millones de niños sufren deficiencia de esta vitamina.
En Alemania la ingeniería genética ha logrado introducir en el grano, tres genes que codifican la síntesis del beta-caroteno, luego transformado en vitamina A. Como resultado se obtiene el “arroz dorado”, un alimento genéticamente manipulado, para “suplir” lo que el arroz naturalmente poseía y le ha sido quitado. Para esto son necesarios 100 millones de dólares y grandes campañas para justificar semejante “logro”.
No se han buscado las soluciones verdaderas. La revolución de agroquímicos, sumada a las modificaciones genéticas en los alimentos; han logrado índices de producción cada vez mayores. Eso sí… el hambre y la desnutrición en el mundo crecen, sin una aparente solución. Aumenta el promedio de vida de cada persona, como cae y se degrada la calidad de vida de la misma. Creo, como señala Charles Brandt, que nada ha hecho más daño a la humanidad como el disparatado empeño de corregir la naturaleza.
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